Y te escucho, me escucho, nos escuchamos.
En un instante que refleja toda la eternidad.
Y somos dos, dos pares de oídos, de sonidos, de nosotros.
Porque el escuchar a alguien no es sólo oír, va más allá del ruido, de la música, del timbre. Escuchamos el sonido de las emociones contenidas o no en palabras.
¿Y por qué si no la anatomía nos dotó de la capacidad de interpretar los estímulos sonoros para darle un significado a cada mensaje, diferenciándolos de aquello que no necesita ser interpretado?
El sonido del mar, del viento, del ritmo de una canción con o sin letra. Sonidos que significan todo sin necesidad de incluir palabras que los describan. El sonido de tu respiración, de tu voz, de tu risa. Ese sonido que eres tú, soy yo, somos nosotros.
Cuando siento el sonido agitado de la ansiedad que habita en tu pecho, el suspiro de haberte liberado de una carga pesada. Cuando siento el sonido de tus labios dejando escapar el aire suficiente para volver a regalarme un beso largo, profundo, íntegramente nuestro. Cuando siento el sonido de tu interior con cada caricia que nos entregamos, o el sonido de tu risa cuando conseguimos llenar nuestro lienzo de colores.
Te escucho, me escucho, nos escuchamos.
Y es que cada uno de tus sonidos son estímulo suficiente para despertar una emoción en mí. La sensación de intimidad, tuya, mía, nuestra. El conocernos más allá de utilizar palabras que perturben el significado de la pureza del sonido.
La tranquilidad que me transmite cada uno de los matices de tu voz. La capacidad de seguridad e inmensidad, de amor y libertad, de casa y de mar. Dónde nos escuchamos sin necesidad de oírnos. Donde nos convertimos en uno, en una conversación, en una risa compartida, en un alarido desgarrador. En todo, y en nada.
Porque el escuchar no solo depende de oír. Va mucho más allá del ruido, del sonido vacío.
El interpretar cada uno de tus sonidos. De vida, de cansancio, de dolor, de alegría. El escuchar tu respiración mientras duermes, donde no hay nada más. Solo eres tú, soy yo, somos nosotros.
Y es que solo escuchando, escuchándote, escuchándome, somos capaces de descubrir la verdadera realidad.
Escuchar, escucho, sonidos. Y tú en cada uno de ellos, y yo en ellos. Escuchemos más, oigamos menos.
Para ser capaces de entender la diferencia entre lo que contamos y lo que verdaderamente cuenta nuestro interior, para ser capaces de escucharnos a nosotros mismos y así ser capaces de escuchar al resto del mundo.
