Hay momentos en los que simplemente no nos apetece.
No nos apetece salir, no nos apetece dormir o estar despiertos.
Hay momentos en los que no nos apetece ser productivos. Días en los que no me apetece escribir.
Y no pasa nada.
Porque la vida no se trata de un sprint por llegar, por lograr, por ganar a toda costa aún llegando sin aire a la meta.
Porque la vida debería ser un paseo tranquilo, para disfrutar, para llenar los pulmones de oxígeno.
Para pararte a mitad de camino y descansar hasta sentirte bien y retomarlo. O incluso, para darte cuenta que debes tomar un camino diferente.
Y en ese camino también hay días en que no apetece. Ni pensar. Días en que no surge.
Días en que no lo necesitas y sigues estando bien.
Porque en este caso no gana el que vaya más deprisa o el que llegue primero, sino el que disfruta con la felicidad de cada día, por pequeña que sea.
Incluso, aquella de esos días que son nada.
