Puedo recorrer el pasillo con los ojos cerrados. Encender la luz, entrar y bajar hasta el punto exacto donde mis labios se unían con tu mejilla para darte un beso.
Un beso de buenas noches, o de “ya estoy en casa”.
Puedo sentir el olor a casa, a hogar, a seguridad cuando cruzo el salón y escucho Pasapalabra, el concierto de Navidad de fondo, los programas de television canaria.
Puedo escuchar el trazo de los lápices llenando de color las páginas de los cuadernos. Pintando flojito pero llenando de vida cada matiz.
Puedo escuchar el sonido de las palomitas de maíz, las tortitas de plátano, el chocolate caliente a la vez que se mezcla en un susurro con tu voz y tus canciones. Y puedo saborear como lo endulzabas con tu cariño, con tu hacer.
Puedo llegar hasta mi habitación con los ojos cerrados. Y puedo verte allí. Esperando. Hasta quedarme dormida a tu lado, respirando tu amor.
Y aunque no estés, puedo hacerlo. Porque cada rincón eres tú, es un recuerdo, es una historia compartida.
Porque cada día y siempre podré sentirte con los ojos cerrados.
