Caricias

por Auro

Y te toco, me tocas, nos tocamos. 

En un instante que refleja toda la eternidad. 

Y somos dos, dos pares de manos, de brazos, de nosotros. 

Porque el tocar no es solo el tacto, el tocar es el roce de la piel, de tu mano en mi pierna, de tu cuerpo en mi cuerpo, de tu abrazo. 

¿Y por que si no la anatomía nos doto de la capacidad de sentir y percibir en la lengua, en los dedos, en cada centímetro de nuestra piel? 

Como una descarga eléctrica que eriza nuestro vello sin aún habernos dado tiempo a interpretar a qué se debe esa sensación. Eso eres tú, soy yo, somos nosotros. 

Cuando siento el roce de tus dedos en mi mejilla, llenándose de humedad al limpiar una lagrima para evitar que crezca más. Cuando siento tu mano aferrando fuerte la mía cuando el suelo se desequilibra bajo nuestros pies, cuando la oscuridad intensifica todos nuestros miedos. Cuando siento con cada paso la suavidad de la superficie arenosa que evade aquella tierra en la que me crie, o cuando camino sobre la seguridad y dureza de la madera que atesora nuestro hogar. 

Te toco, me tocas, nos tocamos. 

Y es con cada una de tus caricias con las que siento el amor más profundo, infinito. La sensación de hogar, la calidez y seguridad de saber que siempre estará ahí, tu roce, el mío, el nuestro. 

La delicadeza del tacto sobre sus pelajes inmaculados, que actúan de muros protectores para albergar la mayor pureza en su interior. Su aspereza cuando devuelve el gesto, siempre correspondido, incondicional. 

Los abrazos fuertes. Dónde nos tocamos, nos sentimos. Dónde cada poro de nuestra piel está en contacto con el poro del otro, sin importar que estén cubiertos con una capa de ropa. Esos abrazos que encierran las palabras no dichas, las que duelen, las que no necesitamos escuchar para saber que están ahí. 

Porque el tocar no solo depende de lo físico. Es mucho más profundo, es el saber. 

El interpretar el mapa de tu piel, cada uno de tus caminos, siendo capaces de ver la realidad que esa coraza esconde dentro. 

El descubrir los secretos más profundos que se reflejan en nuestra carátula, en aquello que mostramos al mundo. 

Y es solo tocando, tocándote, tocándome, como somos capaces de descubrir esa verdadera realidad.

Tocar, toco, caricia. Y tú en cada una de ellas, y yo en ella. Toquemos más, no menos.

Para ser capaces de conocer la sensación de sabernos nuestros, míos, tuyos, y de liberar a los sentidos el órgano más inmenso que representa nuestro ser.  

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