A pesar de todas las cosas buenas que no cambiaría aún con la distancia.
Que difícil es recibir una llamada y tener que coger un avión.
Que difícil es querer ir a casa de tus padres y tener que coger un avión.
Que difícil es tener que ver a tus abuelos a través de una pantalla, siempre, porque si no tendrías que coger un avión.
Que difícil es querer caminar por tu tierra, o tener que ir a buscar algo a la casa de tu infancia y tener que coger un avión.
Que difícil es estar lejos. De tu rutina con ellos, de tu vida de siempre, de las visitas habituales que hacen todos a tu alrededor, de tu familia.
Y solo tener una única manera de verlos.
Una manera que implica cruzar el océano para poder tomarte un café con ellos.
Porque cuando estas restricciones por la pandemia acaben, las videollamadas no terminarán para los que vivimos fuera.
Tendremos que seguir conformándonos con abrazos virtuales, besos pixelados, y voces en diferido.
A no ser que podamos y queramos coger un avión.
