Caminaba lo más tranquila que podía entre aquella nube de gente que parecía que necesitaban llegar los primeros a cualquier lugar que fuese su destino. Estaba cansada porque llevaba un día duro a sus espaldas, nervios, trabajo, frío y sobre todo, el tardar más de una hora en volver a casa.
Se bajó en aquella estación y estaba todo igual que siempre. Frío, ni una sonrisa, una mirada, únicamente prisa. Prisa por llegar, prisa por volver, prisa por terminar el día o prisa por empezarlo. Pero en definitiva: prisa por ser más rápidos que el tiempo.
Sin embargo, cuando estaba repasando mentalmente aquel día, lo escuchó. Ese sonido. Invadía toda la atmósfera de la estación, y aunque aún se encontraba muy lejos, se escuchaba casi desde que bajabas del tren.
Un violín, unos acordes, unas notas lejanas, una melodía convertida en susurro para los oídos de aquellos que supieran apreciarlo y se dejaran llevar por ella. Por la música. Y parecía que mientras caminaba la música la acompañaba en cada paso, en cada recuerdo y en cada pensamiento. Y fue así como sonrío y se alegró de tener que pasar por ese lugar para llegar a casa, a pesar de que tardara más o menos.
Porque la música había conseguido ponerle color a su día. Daba igual que el color fuera gris, rosa, azul, amarillo, negro o una mezcla de todos, porque lo que había conseguido era poner la banda sonora de aquel primer día y estaba segura de que así nunca se olvidaría de ninguno de los momentos que vivió ni de los pasos que dio.
Y mientras se dejaba llevar, notó que sus ojos se llenaban de lágrimas. Y no supo entender por qué pero le gustó. Le gustó porque le hizo plantearse cuál era el motivo de aquella emoción. Y enseguida encontró la respuesta: la música había conseguido que salieran a resurgir todos aquellos sentimientos que desde hacia días, meses o años la perseguían.
Las despedidas, los abrazos ausentes de los seres queridos, la lejanía, las ganas de sentirse cerca, la sensación de fracaso de algunos momentos y la satisfacción de sentirse realizada en muchos otros.
Pero sobre todo, se percató de que el mayor sentimiento había sido darse cuenta de que mientras hubiera música, él nunca moriría, porque como mismo fue capaz de entregar su vida a los acordes, ahora esos mismo acordes eran los que despertaban mis sentimientos más profundos al escucharlos, porque sabía que a través de ellos, podría volver a comunicarme con él.
Y fue así como le regalé mis lágrimas para decirle que a pesar de las dificultades, todo seguía con el mismo amor que él lo había dejado y para pedirle que por favor, no permitiera que su música nunca dejara de acompañarnos.







