Sus ojos se deslizaban por sus recuerdos más profundos: laberintos subterráneos recorridos en la oscuridad, aquel hombre de gustos misteriosos al que había conocido, problemas de adolescentes resueltos con el apoyo de sus incomprendidos amigos, casas que ocultaban fantasmas del pasado, bosques mágicos con crímenes teñidos de sangre de criaturas mitológicas, el chico sin hogar que había encontrado en su gato un fiel compañero, universitarios recorriendo las calles de Madrid, investigadores que se afanaban en descubrir delitos que se relacionaban directamente con ellos mismos, biografías de genios que habían empezado siendo personas de espíritu pobre, claves de felicidad proporcionadas por aquel que en más de una ocasión le había repetido la misma doctrina…
Y es que vivía en todas y en ninguna parte, conocía más mundo del que sus ojos le habían permitido ver, viajaba más allá de los límites que el mundo le imponían, sentía emociones desconocidas en su propia piel, descubría fantasías como si fuesen realidad.
Y es que podía sentir el olor a nuevas aventuras, el recuerdo de historias vividas tiempo atrás, el color de las páginas blancas o amarillas, la rutina o la adicción, el principio y el final.
Y recordaba las noches en vela sin poder parar, las tardes de lluvia refugiada en su hogar, las horas de hastío convertidas en pasión, la tristeza transformada en alegría, o alegría en tristeza, la desconexión de la realidad que siempre obtenía.
Y sintiéndose afortunada por haber conocido a los responsables de esas sensaciones únicas que surgían desbocadas ante la tinta escrita o digital, decidió abandonarse de nuevo a aquellas historias en las que solo hacía falta ella misma y aquel mundo que se mostraba ante sus ojos como un lienzo, aunque no en blanco
Y es que los libros le habían regalado muchos instantes de vida, palabras convertidas en escritura que la adentraban más y más en historias donde fácilmente ocupaba el lugar de la protagonista, donde se dejaba llevar sin importarle el tiempo, el frío, o el calor, donde solo quería sentirse parte de aquel relato hasta el punto de confundir la realidad escrita con su propia realidad.
Y es que no sabía si ella los devoraba o los libros la devoraban a ella, pero lo que sí sabía es que gracias a ellos había conocido la mejor dedicación en la que solo hacía falta ella misma y aquel mundo que alguien había decidido escribir viviendo para que otros vivieran leyendo.
