Relato de magia

por Auro

Desde pequeña podía pasarme tardes enteras pegada a la pantalla del televisor mientras escuchaba a lo lejos el sonido de las palomitas que mi abuela nos preparaba para acompañar el reestreno a mi hermana y a mi. Recuerdo que las hacía en un caldero, a oído, al “pop”, sin que existieran ondas, así rural, reflejando su eterna esencia.

Y mientras veíamos por quinta vez la misma película comiendo palomitas, era capaz de nuevo de teletransportarme a aquellos mundos de luz, de color, y de magia. De las princesas bellas, elegantes, felices, y también de las luchadoras, las guerreras, las incomprendidas. Así como también de aquellos animales callejeros, con suerte, o de los leones que luchaban por mantener su reino. De animales amados y que amaban, de animales con sentimientos, realidades y en definitiva, vivos, como siempre los concebí en mi vida. 

He de decir que mis películas preferidas eran aquellas historias de princesas desfavorecida o desconocidas que finalmente lograban sobrevivir y conseguir su objetivo, para convertirse en una elegante y adulta mujer, con más o menos aspiraciones, pero con príncipe incluido, por supuesto. A día de hoy, cuando revivo de nuevo esas películas, me doy cuenta que mis preferencias han cambiado un poco más. Que ya no me es suficiente con la historia romántica de chica conoce a chico. Que me emociono más, mucho más con la historia de amor de dos hermanas, con la valentía de aquella que se opone a lo que se espera de ella, o con la lucha incansable por defender la naturaleza de aquellas que navegan sin rumbo. En definitiva, donde el final feliz que importa es el auto descubrimiento y no únicamente el enamorarse. Mis “heroínas Disney” han cambiado, aunque tenga claro que todos y cada uno de los elementos, los del pasado y el presente, incluyendo el amor romántico han formado y seguirán formando eternamente parte de mi vida.

Me siento orgullosa de poder decir que esas tardes de películas repetidas una tras otra, con mi hermana siempre, y que aún me ilusionan a día de hoy, me han reafirmado en dos de los valores más importantes que han guiado el camino de mi vida: perseguir mis sueños y no perder nunca la ilusión.

Hace dos años, tuve la gran oportunidad de cumplir uno de los deseos más fuertes de mi infancia. Vivir de primera mano ese mundo Disney, integrarme en sus escenarios, descubrir cada rincón mágico. En definitiva, conocer esa realidad que siempre había estado en mis sueños y detrás de aquella pantalla.

Aún hoy recuerdo como si estuviera allí, la sonrisa perpetua de felicidad en mi rostro, la ilusión contenida mientras esperaba a que abrieran las puertas de ese pequeño paraíso, y la magia que aún ese fantástico mundo consigue despertar en mi corazón. 

Y sí, lo viví con 26 años, pero ¿sabes qué? Mi experiencia me demostró que no hay edad para disfrutar de ese mundo mágico con la ilusión de una niña, ni tampoco que hay edad, ni la habrá nunca, para dejar de soñar. 

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