Y en la casa seguía aquel embriagador ambiente que siempre le recordaba que aún seguía allí. El sillón, testigo de tantas siestas bajo el sonido atenuado de la televisión que buscaba sin éxito entretener con cada programa, tertulia, o documental; los murmullos en la cocina, donde compartía cada cena o comida, acompañado de conversaciones que fluían en el aire entre risas, e incluso silencios, en los que solo las miradas bastaban para sentirse acompañados. Los paseos, con la ayuda de un tercer apoyo, que le permitía que sus pasos fueran más seguros, ahora que el tiempo dejaba paso a la pérdida de fuerza o habilidad para sostener su cuerpo, y sobre todo su corazón.
Porque estaba segura, que lo que más pesaba en todo él, después de tanto tiempo, era su corazón. Porque no entendía cómo aún siendo su cuerpo tan grande, era capaz de albergar aquel músculo que rebosaba amor y felicidad y alimentaba con este combustible su motor, para que nunca se quedara sin fuerzas para luchar. Porque en su cara, jamás encontró una gesto serio o preocupado, sino una sonrisa y una mirada que transmitían paz, amor y bondad. Porque jamás permitió por muchos obstáculos que tuviera en su vida, que la prisa, el tiempo y la tristeza, le ganaran la carrera a la vida, y por eso igual de tranquilo y feliz que vivió, se fue. Dejando sus corazones rotos en mil pedazos, pero sembrados con las semillas del amor que siempre cultivó para ellos y que siempre continúo regando para que florecieran con su luz.

Luchadora y fuerte hasta que un día, esa luz se apagó. Fueron innumerables las historias que escuchó de ti y que no hacían sino confirmarle aquello que ya había visto en sus ojos. Eras la luz de aquel que pasaba los años más determinantes de su vida, junto a ti, en cada rincón de tu refugio particular.
Y a pesar de que ella tuvo que convivir con los enemigos más duros como la soledad temprana, la pérdida y la incertidumbre, nunca falto la estela de amor que entregaba en cada momento a los suyos. Y por eso, jamás olvidaría esa manita, fuerte, a pesar del temblor del tiempo, agarrándose a la suya y transmitiéndole el amor que su voz no tenía la fuerza de pronunciar en aquel momento. Y ella, decidió quedarse para siempre con aquel pequeño pero grandioso gesto, porque con eso sabía, que jamás la soltaría y que seguiría siempre tendiéndoles esa mano, fuerte y decidida.

Y no estaban preparadas para esa llamada que supuso que el mundo entero se paralizara, que su vida cambiara para siempre. Porque no se habían tenido que enfrentar con ese negro al final del camino jamás, y esta vez vino para quedarse de la manera más cruel en sus vidas, desgarrándolas por llevarse consigo, de la mano, aquella dulce joven que injustamente había decidido convertir muy pronto en ángel. Y parecía imposible salir de aquella oscuridad, pero poco a poco, el recuerdo de su risa, las atraía más y más a ser capaces de vivir por ella, aquello que el destino había sido tan egoísta de quitar de su camino: aquellas experiencias con las que siempre soñaban, aquellos bailes hasta la madrugada que fueron siempre insuficientes, aquellas conversaciones de ayuda y guía para avanzar, para estudiar, para irse construyendo una vida, sus vidas.
Porque aunque nunca lo expresaron con palabras, siempre fue y sería su referente. Aquel espejo en el que mirarse y verse reflejadas unos años más adelante, cuando llegaran al momento vital en el que ella se encontraba. Y por eso fue tan duro saber que no iba a estar presente en cada paso, en cada momento de orgullo, ella por ser la primera, y ellas orgullosas por haber seguido sus pasos. Porque un noviembre, frío y cruel, la vida decidió que solo podría ser ese pilar en el que construir sus vidas hasta un momento muy pronto y repentino, en el que aún apenas, todas pero sobre todo ella, estaba empezando a vivir. Y así fue como se llevó sus ilusiones y con la fuerza de su risa, ellas se prometieron encargarse firmemente de vivir siempre multiplicado por dos cualquier momento especial, en el que ella, se merecía haber estado, sujetando sus manos, siendo cuatro otra vez.

Y a pesar de ser un relato de pérdidas, mientras escribe, visualiza cada letra llena de color, de vida. Porque le gusta pensar, que como en la película de Coco, aunque no sólo sea una vez al año, todos ellos cruzan cuando desean, ese puente lleno de luz, para compartir con con todos esos corazones frágiles al otro lado, el calor y el amor necesario, en forma de música, aire, lluvia, susurros y guirnarldas de colores. Para así recordarles, recordarnos, que siempre, seguirán presentes en cada momento de vida, porque mientras sigamos guardando ese lugar privilegiado de refugio en nuestros corazones, nunca desaparecerán.
