Me encanta la sensación del tacto de mis dedos en una página de un libro.
Abrirlo y sentir ese olor característico pero sobre todo, sentir esa inercia de la historia que te atrapa.
Sentir que con cada palabra que vas leyendo, te adentras más y más en el mundo que esa persona ha creado para ti.
Y es que desde pequeña, al despertarme lo primero que veían mis ojos, era una estantería plagada de libros. De escritores más antigüos hasta los más nuevos, de géneros más fantásticos hasta los más realistas.
Y él estaba allí. Estaba en sus libros.
Heredé sus historias de mi hermana, al ver la conexión que sentía con cada frase que leía, con cada tarde interminable de horas que nos sumergíamos en sus sombras y juegos, en él.
Porque creo que escribir se trata de transmitir emociones, sentimientos, más allá de la historia que cuenten o de los lugares que en sus novelas aparezcan.
Se trata del mimo, de las ganas, de aquella parte que cada escritor nos deje ver de si mismo en sus libros. Y en eso, tú, Carlos, eras un experto.
Gracias por habernos regalado tu arte convertida en palabras, por plasmar esas ideas que recorrían tu mente y los sentimientos que albergaban tus sueños y tu corazón. Porque gracias a tus libros, siento que te conocí un poco más, porque quizá conseguiste llegar más lejos, más hondo, de lo que alguna persona cercana haya podido llegar jamás.
Vivirás libre con nosotros en cada historia, y cómo bien dijiste, “existimos mientras alguien nos recuerda”, así que descuida, siempre seguirás aquí porque nosotros nunca olvidaremos todo lo que nos has dado.
