Ella

por Auro

Y cada vez le costaba más reconocerse en el reflejo que le devolvía el espejo.

Veía su mismo aspecto, su misma piel. Cómo el paso del tiempo iba haciendo mella, aunque aún muy sutilmente, cómo había cambiado en los últimos años, cómo era esa mujer en la que se había convertido cuando no hace tanto tiempo aún veía esa niña en ella.

Y es que su imagen externa, siempre se mantenía casi igual, fiel a su principio. Su tez, sus grandes ojos avellana, sus curvas y su indudable atractivo que no pasaba desapercibido al resto aunque a ella cada vez le costase apreciarlo más.

Y cada vez todo era más difícil, porque lo que en realidad le resultaba complicado encontrar en ese espejo era identificar ese cuerpo como la cobertura que albergaba su alma, su ser. Porque se difuminaba cada vez más presa de las dudas, los miedos y los últimos acontecimientos. Porque aunque seguía sabiendo que aquella persona que le devolvía el reflejo era ella, quizá dentro de sí le costaba cada vez más encontrarse.

La vida había sido muy injusta últimamente con ella, pero ella aún lo era mucho más consigo misma. Su exigencia, su presión, su actitud, su intento de superación. Su deseo de conseguir llegar a alguno de los puertos en los que deseaba atracar, costara lo que costara. Y para ello, poco a poco se había ido creando su propia armadura y sus propias herramientas para defenderse de ese oleaje en el que se había convertido su vida que no le permitía atracar en ningún puerto de los que deseaba, y que siempre presente parecía esperar a que diera un paso en falso para abalanzarse sobre ella y atraerla hacia el fondo sin darle la oportunidad de volver a empezar.

Y precisamente, aunque había luchado con todas sus fuerzas contra eso, su armadura tenía pequeñas aberturas por donde se colaba ese mar. Y se colaba hasta llegar a lo más profundo de su ser y así conseguir por fin desestabilizarla. Consumiendo su fuerza para llenarla de debilidad, su energía para llenarla de pereza, su sabiduría para llenarla de dudas, su seguridad para llenarla de incertidumbre, su alegría para llenarla de lágrimas, y su autoestima y autoconcepto para hacerla flaquear en los valores que plenamente componían su esencia y que siempre la habían definido.

Y es que la autoestima dejó de ser auto para convertirse en estima por los demás. Comenzó a depender de sus impresiones, de sus acciones, de sus decisiones. Y lentamente, sin apenas percatarse, ese mundo de dudas que siempre había conseguido mantener alejado, se fue instaurando en esa falta de autoconvencimiento, en ese campo que estaba dejando vacío de si misma, y tan vulnerable por la opinión de los demás.

Y es que lo que realmente necesitaba para volver a creer en ese reflejo era saber que el tesoro más grande que jamás poseería lo guardaba dentro de sí. Ahí, justo en esa parte que esas dudas estaban consumiendo, en su esencia, en su ser. Porque la luz que desprendía todo ese oro que guardaba en su interior se componía de cada sonrisa, de cada risa sin sentido, de cada momento irrelevante, de cada emoción sentida, de cada parte de sí misma. Porque lo que ella ahora mismo no era capaz de valorar, se veía reflejado en ese espejo con la mayor de las definiciones para aquella que la vigilaba siempre desde atrás. Porque esas ganas, esa lucha, esa capacidad de superación, esas múltiples e infinitas dudas que siempre la acompañarían, esos gestos, esas caricias, y ese temperamento, no es que la hubieran abandonado como ella creía, es que nunca se podrían haber ido, porque cada uno de ellos eran ELLA.

Porque la capacidad de amor y entrega seguía ahí, en su corazón y siempre estaría presente. Lo único que necesitaba era darse cuenta que debía volver a dedicarse a si misma un poco más de tiempo para encontrar en ese reflejo lo que todos desde fuera eran capaces de ver: un diamante que no le hacía falta ser el más brillante o el más deseado o exitoso, para conseguir atrapar con su belleza a cualquiera que dedicara más de dos segundos a mirar a través de su luz.

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