Es increíble ver cómo todo puede cambiar en unos segundos.
Esos segundos en los que desaparece un atardecer.
Esos segundos en los que se te escapó el tren.
Esos segundos en los que viste por última vez a tu familia.
Esos segundos en los que soñabas con un propósito que luego te abandonó.
Esos segundos en los que una llamada telefónica lo cambió todo.
El tiempo es caprichoso. Porque a veces falta, pero otras veces sobra.
Porque a veces nos encantaría quedarnos detenidos en un momento sin querer que sucediera aquel que sabemos que llega justo a continuación.
Porque a veces deseamos pasar lo mas rápido posible por esas horas para salir de una oscuridad y llegar a aquella luz que atisbamos detrás de ella.
La realidad es que el tiempo se mide en segundos, minutos y horas y que nunca para, ni se detiene, sino que avanza, muchas veces a la velocidad que no desearíamos.
Por eso, me gusta pensar que se mide en momentos. Sin una duración concreta, sin límites.
Momentos que nos enseñan a avanzar aunque hayamos querido escapar de ellos.
Momentos que nos ayudan a recordar quién somos, lo qué queremos y por qué lo queremos.
Momentos que nos guían para conseguir convertir en realidad nuestros sueños.
Momentos, mejores y peores, negros o blancos, pero todos ellos, inevitablemente necesarios.
