¿Alguna vez has sentido que nadie te entiende, ni tu misma?
Que tienes algo dentro de ti, que no te deja avanzar.
¿Alguna vez has tenido a alguien cerca que deja de ser quien era realmente?
Que cambia su vida, sus patrones, su sentido.
¿Alguna vez has sentido que tienes que ayudar a esa persona a encontrar de nuevo su camino, a encontrarse?
¿Alguna vez has sentido que tienes que ayudarte a ti mismo a buscarte para encontrarte?
Que lo que conoces del mundo es insuficiente para afrontar el problema, para afrontar lo que está pasando aunque trates de que sea invisible.
Para enfrentarte a lo que está por llegar.
Si es así. Pide ayuda. Grita, corre, vuela.
Y no tengas miedo de proclamarlo a los cuatro vientos si lo necesitas.
Si pedir ayuda implica mostrarte vulnerable a los demás.
No pasa nada. Es normal. Es lo que pasa cuando pedimos ayuda. Es exponerse.
Y es tan necesario como sanador.
Porque muchas veces tú solo no puedes, no eres capaz de encontrar el camino que te lleve a la salida más correcta.
Y aunque intentes hacer todo el bien, puede ser que pierdas más de lo que ganes, porque te falta una guía correcta.
Una guía que te de esa fuerza de la que en ese instante careces aunque creas que no.
Por eso, grita y no tengas miedo a pedir ayuda.
No tengas miedo a revelar un secreto que solo puede sanar si se conoce y dañar si permanece en la oscuridad de tu interior.
Porque no te puede importar quien te juzgue. Solo te tienes que importar tú mismo, él o ella, aquellos que necesitan gritar.
Porque la mejor opción siempre será pedir ayuda.
