Un camino

por Auro

Y por fin comenzó la última etapa.

Estábamos deseando llegar por el miedo de la lesión y los dolores, pero a la vez, enlentecíamos la marcha porque en el fondo, nos costaba despedirnos de esos despertares cada mañana respirando el oxígeno puro del campo, cubriendo nuestras pupilas de verde intenso, pureza y amplitud de los increíbles paisajes, y más aún, nos costaba dejar atrás esa sensación de saber que cada día descubriríamos y pisaríamos lugares nuevos sin ningún conocimiento previo de cómo serían en realidad hasta que estuviéramos sobre ellos.

Pero a pesar de esa sensación agridulce, el cansancio y las ganas podían más y afrontamos ese final del camino con la fuerza e ilusión de saber que era la última etapa.

Salimos muy temprano, por lo que a pesar de saber y sentir que el verde y la naturaleza estaban ahí, a nuestro lado, la oscuridad no nos permitía atisbar mucho mas allá de la luz de las linternas. Sin embargo, a medida que la luz del día bañaba el paisaje y tras muchas cuestas, físicas y psíquicas, fueron desapareciendo los últimos prados, campos de trigo y bosques para dejar paso a la primera panorámica de aquella ciudad que suponía la meta. Y al llegar, a la plaza, envueltos en el mejor sonido de una gaita, vislumbramos la catedral y nos abrazamos, por la satisfacción, la superación y el esfuerzo, pero sobre todo, porque de nuevo, juntos, ante la adversidad, lo habíamos conseguido.

La vida nos pone a diario a prueba. Hay momentos de subidas casi imposibles de superar, que nos dejan sin aliento y nos invitan a rendirnos a medida que nos vamos quedando sin fuerzas, y momentos fáciles de bajadas que nos facilitan el paso y nos empujan por inercia a ir hacia delante sin plantearnos si estamos llegando a la meta, porque realmente lo deseamos o si es por costumbre. Ambos son iguales de peligrosos.

Por eso, el camino me enseñó tras vivir todos estos momentos, que la clave de llegar al final de la cuesta con aire en los pulmones o de darnos cuenta hacia dónde nos dirigimos en la bajada, es la actitud mental con la que afrontamos esos retos. Si te despiertas pensando que serás capaz de afrontar la adversidad que te surja, comprometido con un propósito, aunque desconozcas los pasos, lugares, emociones o momentos que tendrás que vivir para llegar al final, sin duda lo conseguirás.

Porque somos nosotros mismos, con nuestra fuerza mental, los encargados de dirigir nuestra energía física hacia aquello que deseamos, y los únicos responsables de convertir los impedimentos en desafíos.

Y sobre todo, me enseñó que es igual de importante, las personas con las que decidimos compartir nuestro camino, enfrentarnos a nuestras cuestas y bajadas, a nuestros logros y caídas.

Porque tu vida y un trozo de tu felicidad, está en querer y ser querido en el justo equilibrio que te proporcione la energía vital necesaria. Y yo, he elegido a esa persona para compartir mi camino. Porque, contigo se que siempre me estará esperando tu mano para tirar de mí cuando me quede sin fuerzas.

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