La mayoría de veces somos responsables de la propia presión que nosotros mismos ejercemos, de la necesidad de éxito que nos exigimos, de la ansiedad anticipatoria ante una situación hipotética o innecesaria que quizá nunca llegue a suceder.
Cuando estamos de vacaciones, en un lugar tranquilo, relajado, en el que sabemos que no tendremos que despertarnos por obligación o por la rutina, sino en el que lo hacemos por decisión, no sentimos ese estrés, esa presión.
Y habitualmente, disfrutamos más tiempo ocupados que de vacaciones así que, ¿por que vivir el día a días agobiado?
Quizá no deberíamos sentirnos tan ahogados en nuestra rutina.
Quizá no deberíamos esperar a que llegaran las vacaciones para relajarnos y disfrutar realmente de la vida y de nosotros mismos. Porque entonces el resto de los días del año, no vivimos, no somos.
Porque nunca hay que esperar a que el tiempo nos regale un momento concreto, sino que es mejor salir a buscarlo.
Y aunque tengamos que convivir con rutina y libertad, aprendamos entonces a convertir las obligaciones en decisiones.
Aprendamos a vivir bien con nosotros mismos adaptándonos a la situación en que estemos. Así, tal y como estemos.
Sin conformarnos pero tampoco sin exigirnos lo imposible.
Es una tarea complicada, lo sé.
Pero tenemos que hacer el esfuerzo por plantearnos ese cambio. Por plantearnos aprender a vivir, no a sobrevivir.
Por vivir cada momento, sintiéndonos dueños de nuestra vida y sintiendo que no debemos demostrarle a nadie más que a nosotros mismos, que realmente estamos donde y cómo queremos estar.
