Pensamos que la vida es inmensidad y grandeza y no nos damos cuenta que son las pequeñas cosas. Los pequeños actos son los que construyen los peldaños del camino, y si esas muletas se pierden, se puede perder todo.
La oscuridad es solo producto de la ausencia de luz, y no hace falta que la invoquemos para que aparezca así, sin más.
Los días grises, los momentos donde no hay salida al final del túnel, pueden cambiar el rumbo de nuestra vida si no hay una escapatoria para liberarnos de la mano que nos aprieta hasta ahogarnos cortando nuestra respiración.
Y probablemente esa mano, esa presión, esté actuando guiada por nuestros propios pensamientos y sentimientos, que no nos dejan ver qué hay más allá.
Y es por eso, por lo que los pequeños detalles SÍ importan. Importan más de lo que imaginamos, porque son los cimientos sobre los que construimos el refugio donde vivir cuando necesitamos liberarnos o defendernos.
Pienso que la vida es el día a día. Y el día tiene un inicio, nudo y final, como cualquier historia. Y somos nosotros los encargados de escribir la historia que queremos vivir. Pero no nos olvidemos nunca, que es ese DÍA y esa historia lo que cuenta.
No tenemos que ser felices como meta en la vida, sino como meta diaria. La felicidad es el resumen de lo que sentimos día y día, no la suma de los buenos momentos. Y por eso, es tan fácil que se trunque de un momento a otro.
Somos incapaces de entender el por qué ni de encontrar sentido a que una persona tome la decisión con una vida aparentemente perfecta, de lanzarse a la oscuridad un día por una tontería. Y yo solo quiero repetir, que esos detalles, esos días grises, esos momentos de vacío y rechazo obnubilan y bloquean todo lo demás, el ayer, y el mañana. Y son un dardo que da en el centro de la diana para invocar esa oscuridad.
Protejamos nuestro refugio, y nunca a costa de destruir el de los demás.
Ojalá nunca la cuerda que nos asfixia, que la asfixió, sea la solución.
Eduquemonos para evitar rodearnos o rodear a otro con ella.
