Me sorprende como somos capaces de solucionar los problemas.
Ante un problema, nunca suele haber una única solución. Un único camino.
No se puede tomar una decisión sin pensar, sin valorar ni meditar las consecuencias.
Pero normalmente la solución más fácil es eliminar, borrar, hacer que desaparezca lo más rápido posible.
Aún sabiendo que la mayoría de veces esto no funciona.
Y menos aún cuando el problema lleva nombre de animal.
Cuando suponen una amenaza para la flora, para el entorno en el que, no nos olvidemos, nosotros los hemos obligado a vivir.
En estos casos cuando el problema es la destrucción del entorno, la solución es simple: matarlos.
Y junto con las medidas que promueven el bienestar y los derechos de los animales en algunos ámbitos, surgen estas otras que únicamente piensan en acabar con ellos.
Muerto el perro, se acabó la rabia.
Hablo de noticias sobre gasear cotorras en Madrid, sobre matar cabras en Anaga, sobre sacrificar colonias de gatos en Tenerife.
Porque molestan. Porque invaden. Porque destruyen.
¿De verdad?
¿Dice que destruyen el que mata?
¿Dice que invaden el que los trajo aquí y los abandonó fuera de su hábitat cuando ya no los quiso?
¿Dice que molestan el que tira basura sobre la hierba, sobre los campos, sobre los entornos protegidos, sobre las calles?
¿Y que hacemos con todos los humanos que estamos destruyendo cada día este mundo?
Para nosotros, jamás sería una solución el sacrificio masivo, la caza.
Porque si somos nosotros el problema, ahí sí somos capaces de ver otras soluciones.
Si son ellos, solo hay una.
Matarlos.
*Viñetas de: Paco Catalán
