Hoy, ha habido una desaparición.
Ha desaparecido la empatía, el amor, el respeto.
Ha desaparecido la generosidad, la entrega, la bondad.
Ha desaparecido el desinterés, el afecto, el cuidado.
Porque hoy, ha desaparecido una familia.
Una familia que vivía entre cartones.
Libres de ataduras sociales, pero encerrados en la peor cárcel de la sociedad actual: la indiferencia, la crueldad y el desprecio.
Compartían sus bienes, sabían vivir en comunidad, con respeto y amor al prójimo.
Hoy se ha cometido un crimen.
Había dos futuras mamás, llenas de vida, de nuevos ojos que observarían con curiosidad y alegría el mundo.
Ojos que pronto descubrirían que su misión era sobrevivir, no vivir con privilegios.
Una familia agradecida, que no tenía miedo a pedir ayuda, que valoraba cada mano que los ayudaba, cada mirada que tranquilizaba diciendo: tranquilos, siempre estaré aquí para ayudarlos.
Hoy ha habido una desaparición que probablemente se convierta en homicidio. Y será solo una, de muchas. De las que se cometen a diario, de las que se seguirán comentiendo, quedando impunes en esta sociedad.
Esa familia tenía pelaje y bigotes, su piel estaba rayada y sus ojos vivos parpadeaban al compás de los latidos de sus pequeños corazones y de los corazones de los pequeños que esas mamás llevaban aún en su vientre.
¿Dónde están? ¿Que mal han hecho?
¿A quien puede molestar tanto que esa familia se reúna en una plaza y se alimente de la esperanza y bondad de los únicos que habían reparado en su abandono?
Esa familia era tu responsabilidad. Y la mía, y la de todos.
Esa familia hoy debería seguir aquí, con nosotros, en su casa de cartones, la que habían tenido que elegir por obligación.
Porque no tenemos ningún derecho y sobre todo, ninguna superioridad moral y menos aún como especie, para decidir quién nos sobra en este mundo, que para empezar, es tan tuyo como de ellos.
Hoy ha habido una desaparición. En la que no habrá investigación ni culpables.
Una desaparición que como el resto en estos casos, no llegará más allá de estas líneas.
