Y de repente llega ese momento en el que se marca un plazo.
Un tiempo limitado en el que tienes que cumplir con un proyecto, con un objetivo o simplemente contigo misma.
Un tiempo que te imponen, que no has elegido.
Un tiempo que nada tiene que ver con el plazo de un reencuentro, el tiempo de espera a que te llegue tu pedido a casa, o la espera para ver a tu artista preferido en su próximo concierto.
Un plazo que no te espera con finales felices.
Y la pregunta es, ¿un plazo para qué?
La vida no es eso.
La vida es sentir, amar, llorar, volar y vivir.
Sin mirar un reloj, sin pensar en que vendrá después. Estando aquí mismo, en esta realidad.
Porque es verdad eso de que si vives en el futuro, te pierdes el presente. Y quizá cuando veas que ya se ha convertido en pasado no te va a importar tanto el qué pasará después.
Y es que, ¿qué sabemos de plazos? ¿qué sabemos de esperas?
Yo solo se que la vida no es esperar, no es contar o descontar, no es abandonar el barco sin ni siquiera estar seguro de si algún día se hundirá.
Es arriesgarse, es lanzarse a conseguir lo que quieres, sin juzgar lo que venga, sin buscar grandezas.
Siendo tú. Viviendo. Sin reloj ni tiempos que te limiten aunque sea difícil.
Porque recuerda que el tiempo y los plazos los inventamos nosotros.
Y yo prefiero quedarme con que nunca es tarde y siempre es posible.
