Y las calles se llenaron de aquellos seres que realmente están vivos.
Y el aire se volvió más puro, oxigenado y vital.
Y la naturaleza se erigió de nuevo como la única realeza a la que alabar
Y el silencio se expandió entre cada rincón necesitado de paz.
Y el calor dejó de convertirse en un problema global.
Y las temperaturas volvieron a seguir su curso, lamiéndose las heridas de nuestras palizas.
Y el mundo volvió a ser libre, armónico, responsable.
Y mientras subíamos a ritmo de pandemia, también subíamos a ritmo de respeto y compromiso, aunque involuntario.
Y los medios se llenaron de datos, de imágenes, de noticias, donde se demostraba que con cada esfuerzo y pequeño gesto aportado por cada uno de nosotros, la vuelta a la normalidad no tenía que convertirse de nuevo en el camino hacia la destrucción.
Aprendamos. De esto, de ellos, de nosotros.
Aprendamos a cuidar nuestro mundo, porque hoy nuestras casas son nuestros hogares, pero sin todo eso que existe fuera y que ahora echamos tanto de menos, algún día lo perderemos todo.
Cuidémonos, para que cuando despidamos al virus, lo que hemos vivido dentro, haga que mantengamos lo que hemos ganado fuera.
Respiremos aire puro, limpio, respetemos a los animales, convivamos con la naturaleza.
Ojalá que cuando superemos esto, también aprendamos a vivir con el planeta, no solo en él.
Volvamos esta nueva normalidad.
