Escucho reggeaton y me gusta bailar hasta que la madrugada se confunde con el amanecer.
Pero también grito y leo y escribo hasta el amanecer para defender los derechos de las mujeres en cualquier manifestación completamente necesaria aún a día de hoy.
No utilizo habitualmente el genérico chiques, ni la x para referirme a todos y todas, pero nunca pongo por encima el masculino al femenino, ni el femenino al masculino.
Pero sí analizo el lenguaje discriminante sobre todo en las palabras que esconden un significado machista, e intento descartarlas de mi vocabulario.
La educación empieza desde que somos niños. En no atribuir un color, unos pensamientos, una manera de ser o de actuar. Pero no condeno a una niña que le gusta el rosa o que juega a ser madre. Ni tampoco a un niño que le gusta jugar con una cocinita, a pintarse las uñas, o a ir a pescar y a jugar con coches.
Porque la clave está en dejar elegir sin juzgar. En no establecer una norma de como debe ser un hombre o una mujer.
No soy machista porque escucho reggeaton. Me gusta bailarla y escucharla, siendo consciente de lo que promueve, por eso tampoco la utilizaría como ejemplo para enseñar.
Me gustaría que no hubiera una manera única de expresar la igualdad que podemos llegar a defender y desear.
Porque yo lo soy, yo lucho, yo me emociono y soy parte del cambio que sigue siendo imprescindible y necesario para nosotras, para nuestra sociedad.
Juzgar por un acto. Por un hábito, por un gusto, no ayuda a avanzar porque sería caer en lo mismo.
Porque ahí también me estás quitando la libertad.
La libertad de decidir quién soy, lo que quiero ser y hacer, y la capacidad crítica de darme cuenta por mi misma de lo que hay que cambiar.
