Nos pasamos una gran parte de nuestra vida diseñando nuestro hogar perfecto, nuestro lugar ideal.
Y nos olvidamos, muchas veces, que el color de las paredes o los metros del suelo son completamente secundarios.
Secundarios al sentimiento, a la sensación, al calor del corazón.
Porque el hogar puede estar en un viaje en coche, en una mesa de una terraza, en una llamada.
Y es que el hogar está en una mirada, en una caricia. En un escalofrío que te recorre el cuerpo para alertarte de que no necesitas buscar nada más.
Porque el verdadero hogar es esa sensación que se crea cuando te das cuenta de que no importa el sitio sino las personas con las que compartas ese mundo para sentirte siempre en casa.
