Hay muchos tipos de abrazos: los abrazos de reencuentros, los de despedidas, los de saludar cuando la emoción que retumba en el pecho es imposible de calmar con dos besos o con un simple “hola”, los de consuelo, los de te quieros no dichos.
Creo que hay pocas sensaciones tan bonitas en el mundo como sentir un abrazo. Cuando la otra persona te envuelve y se funde contigo a la vez que sientes en las yemas de tus dedos el tacto de su piel, de su cuerpo, de su alma.
Cuando se junta corazón con corazón lo más cerca que podrán estar, sintiéndo esa atracción como dos imanes, latiendo al mismo compás.
Porque en un abrazo solo te tienes a ti mismo y al otro ser, sin ningún juez que valore, o una mirada que acuse. Solo la sensación del tacto en su piel, y su olor.
Esos abrazos cuando eras pequeño que tu madre te daba cuando te iba a recoger al colegio. Esos abrazos curativos de tu hermana cuando necesitabas más que un hombro donde llorar. Esos abrazos protectores de tu padre, que cuanto más amor sentía por ti, más fuerte te sujetaba. Esos abrazos de orgullo de tus abuelos. Esos abrazos de adiós y los últimos abrazos para siempre.
He tenido la suerte de vivir rodeada de abrazos, y en los últimos años he aprendido a valorarlos mucho más que antes porque no puedo tenerlos en la misma medida que desearía, o mejor dicho, no puedo abrazar a todas las personas que me gustaría cuando me gustaría.
La distancia tiene eso. Una videollamada puede aliviar el contacto, el sentimiento, la necesidad de compartir risas o lágrimas, pero nunca podrá llenar el vacío que deja un abrazo imposible.
En esta época estamos todos pasando por la misma situación. Y creo que saldremos valorando mucho más este acto de amor tan único. No dejaremos que los abrazos sean actos vacíos, por compromiso. Serán los abrazos que realmente queremos dar.
Esos que llevamos esperando tantos días para dar y recibir. Porque un abrazo tiene que tener estas dos cualidades para estar completo, dos personas, dos pares de brazos, dos cuerpos, dos corazones. Tú y yo.
Cada día que pasa echo de menos todos sus abrazos. Y cuando todo esto pase, costará un poco más poder darlos. Porque yo seguiré viviendo en las videollamadas, en las lágrimas, risas y momentos de felicidad compartidos. Pero sin abrazos.
Viendo a través de una pantalla cómo te emocionas con una sorpresa o un regalo hecho con todo mi amor, y sentir cómo acaricias la imagen con el dedo para sustituir aquello que realmente desearíamos hacer. Poder abrazarnos.
Abracémonos. Siempre. Cuando sintamos, cuando necesitemos. No desperdiciemos esos momentos, porque cuando no puedas disfrutar de ellos, bien porque estás lejos o bien porque la persona a la que quieres abrazar ya no está, te arrepentirás de no haberlo hecho multiplicado por mil.
Ya queda menos para abrazarnos.
