Las despedidas son una mierda.
Y lo digo así, sin adornos ni poesía.
Lo se porque pasé más de un año despidiéndome. Entre dos ciudades, un océano y muchos vuelos eternos. Despedidas de aeropuerto, pero que iban mucho más allá porque significaba decir adiós a un hogar, aunque tuviera uno en cada puerto. Estaba perdida, sin un lugar fijo donde echar el ancla aunque tenía claro hacia dónde la quería tirar.
Y cada una de aquellas despedidas estuvo llena de sentimientos contenidos por evitar hacer daño a los que se quedaban al otro lado. Sentimientos que sacaba fuera según me sentaba en el avión y dejaba atrás cada uno de aquellos paisajes, o a solas, en mi habitación susurrándole a la almohada.
Pero esas despedidas, dolorosas, que se han quedado para siempre en mi memoria, realmente fueron solo hasta luegos. Luegos que llegaron más tarde de lo que deseaba, pero que finalmente volvieron convertidos en reencuentros, llenos de abrazos, calidez y acercamiento.
Sin embargo, nada tienen que ver con las despedidas que realmente son un adiós para siempre, de esas que se quedan tatuadas en tu piel. He tenido que vivir algunas de esas despedidas en mi vida, y es imposible no recordarlas sintiendo un dolor silencioso en el corazón. Saber que nunca vas a poder volver a abrazar a esa persona, a tocar su mano, a escuchar su risa o su voz. Saber que la historia que has compartido con ellos no tendrá más puntos suspensivos para añadir un nuevo párrafo, solo un triste y oscuro punto final.
Y por eso, no puedo llegar a imaginarme el sentimiento de todos aquellos que estamos despidiendo hoy, así. A través de una pantalla, escuchando solo una voz. O incluso, ni eso, porque ni siquiera la respiración es suficiente para articular palabras. Despedidas sin abrazos, sin caricias, sin poder abrazar a tu madre, tu hermano o tus amigos. Despedidas vacías, en el silencio de tu casa, en soledad. Donde la despedida y los sentimientos de la familia de aquel que se ha ido, se comparten a través de una pantalla que incluso es mejor evitar porque te chocas de bruces con la realidad de que no vas a poder secar las lágrimas de otros, apoyarte en un hombro sobre el que llorar, o sentir el calor de la cercanía que solo existe en esos momentos.
Lo peor de esta situación no es el aburrimiento, qué hacer o cuándo podremos hacer qué. Lo peor es pensar en todas aquellas personas que hoy tienen que pasar por estos adiós para siempre, solos, derramando lágrimas de tristeza, dolor y frustración que se pierden en las profundidades más hondas de su corazón y de sus recuerdos encalladas en la soledad para siempre.
Por eso, esta luz y este aplauso en mi interior es para ustedes. Ánimo y fuerza.
