Conocí a un hombre, que había visto más sitios que nadie a través de sus ojos.
Que había sentido la cultura de cada lugar a través de sus gentes.
Que le apasionaba viajar y conocer otros mundos más allá de donde había nacido.
Conocí a un hombre que viajó a Alaska, America, Europa, Asía, Africa y a mil islas sin coger ni un solo avión.
Porque no le hacía falta.
Porque no había límites para él, ni recursos que le impidieran conocer otros lugares.
Conocí a un hombre que hasta sus 85 años cada día conocía un lugar nuevo, se sumergía en las imágenes y se sentía realmente como si estuviera allí.
Conocí a un hombre que le llegó tarde la posibilidad de viajar con su cuerpo porque cuando nació apenas había coches.
Pero que eso no impidió que lo hiciera cada día con su mente, con sus ojos y con su corazón.
Porque para ese hombre jamás hubo límites para descubrir, para avanzar, para aprender haciendo cursos a distancia carteandose aún sin plataformas digitales y viajando sin cuerpo pero sí en alma con sus ganas, su sentir y las imágenes que le devolvía la televisión.
Conocí a un gran hombre.
Ese hombre era mi abuelo, y me enseñó además de lo que era el amor y la vida, que se puede ser muy feliz con las pequeñas cosas del día a día y que los límites solo existen en nuestra cabeza.
Si quieres, puedes.