Ya, desde tan pequeñito, compartimos un tatuaje natural. Ambos llevamos la misma marca en nuestra piel.
Nací con ella, y tú naciste con ella.
Y eso, aunque parezca un mínimo detalle, me hace intensamente feliz.
Porque es el primer punto de ese vínculo que creamos durante nueve meses dentro de mi, y el punto de partida de toda la vida que pasaremos juntos desde el día en que naciste.
Ese lunar me ha acompañado durante los treinta años de mi vida. Me ayudó en cosas tan simples como saber diferenciar la izquierda de la derecha cuando era aún muy pequeña, hasta identificar cuál era el brazo en el que tenía la fuerza para enfrentarme a mis miedos. Y no hablo en sentido físico.
Ese lunar para mi muchas veces ha sido refugio, signo de identidad, signo de reencontrarme conmigo misma cuando quizá me sentía perdida porque otros no me veían.
No es un lunar de los visibles a simple vista, hay que observar bien para verlo. Observar, clave de mi vida. Como siempre he hecho con el mundo, con mi interior. Como han hecho conmigo todas esas personas que me quieren y me han enseñado tanto.
Y eso hijo mío, espero que sea para ti ese lunar. Punto de partida y de final. Refugio para saber que debajo de la piel siempre estarás tú, la persona más maravillosa que encontrarás jamás, y fuera, estaré yo, con ese mismo lunar, la persona que te querrá de la manera más infinita que puedas llegar a imaginar. Siempre.
Ocupas el 99% de mis pensamientos, de mi inspiración, de mis sentimientos, y por tanto de mis escritos, porque ya te contaré que el por qué de mi pasión por escribir está en que consigo expresar con palabras lo que grita mi corazón, y ahora mismo, tú estás en el centro de todo él.