Y no me importa que se celebre como el día de los muertos, halloween o el día de todos Los Santos.
Porque lo importante es lo que supuestamente sucede este día.
En teoría la noche del 31 de octubre, se abre una puerta y aquellas personas que ya nos dejaron y no están con nosotros, vienen a visitarnos.
Y no soy capaz de imaginarme un reencuentro tan bonito como ese.
El reencuentro en el que puedes volver a escuchar la voz de tu persona, a oler su aroma tan característico de colonia combinado con su propia personalidad, a contagiarte de una de sus sonrisas, a sentirte de nuevo reconfortada y segura en su abrazo.
El reencuentro que tantas veces has imaginado y reproducido en tu mente con sus recuerdos y que ya a día de hoy, por desgracia, es imposible de disfrutar.
Y esa noche, la leyenda dice que ahí está, contigo. Que se camuflan entre nosotros sin saber quién es el que vive y quien es el que ya no está. Porque ese día todos vivimos. De noche o de día.
Y unos lo celebran terroríficamente por si se han liberado espíritus “malos” que necesitan hacer un trato para no asustarte, otros prefieren ir a comprar flores y llevarlos al lugar donde descansa el cuerpo de esa persona que ya no está, donde te despediste de ella por última vez, otros llenando de luz, velas y colores altares por ellos que aunque ya no están nunca morirán mientras se les recuerde.
Y por eso, yo creo que la magia está en ese reencuentro, en ese recuerdo, en ese momento que le dedicamos a pensar que podemos volver a sentirlos cerca. Casi tan cerca como tanto los echamos de menos.
Y eso, siempre será un precioso motivo para celebrar.