Relato de dos vidas

por Auro

Se despertaron en la calle, en momentos y lugares diferentes pero en la calle. Después de muchas semanas de oscuridad, silencio, calidez y latidos maternales que alimentaban su corazón, se encontraron en el frío, ruidoso y desconocido infierno de la calle. No nacieron a la vez ni compartieron el mismo lecho, ni se toparon con las mismas barreras al despertar por primera vez al nacer, pero sí sufrieron pesadillas paralelas.

El primer olor, el primer sonido debería ser el de su madre, su alimento y su guía, su fuente de calor y cuidados pero no fue así. Alguien decidió que la mejor manera de comenzar a vivir sería rodeado de los desechos que los demás no quieren, que tiran sin importarle lo más mínimo lo que contenga en su interior… porque lo que hay en su interior no es más que basura. Así, consideraron que eso era él y sus otros tres hermanos, basura, desechos que no merecían la mínima oportunidad de vivir, como el que tira un pañuelo de papel arrugado, sin el más mínimo sentimiento o culpabilidad hacia lo que está haciendo. Así empezó su vida, sus primeras horas…en un contenedor de basura, con la oscuridad que sus ojos le proporcionan al principio de sus días, oliendo lo que las otras personas no quieren, sus desechos, sus bienes ya utilizados y que no sirven para nada más y escuchando los lamentos de sus otros hermanos buscando a su madre, buscando el calor de aquella que bien los habría sabido cuidar y que jamás hubiera permitido que alguien tomara esa decisión por ella, arrebatándole aquello que había crecido y llevado en su interior y que con tanto amor y ahínco se había encargado de proteger. 


No sabía nada de la vida, ni conocía aquellos olores ni aquellos ruidos que venían del exterior, pero sólo sabía que no estaba allí aquella que le reconfortaría, calentaría y enseñaría a vivir. Sólo escuchó como caía en un montón de residuos y se cerraba una tapa que indicaba el principio de su agonía. Sabía que eso no podía ser la vida pero empezó a acostumbrarse y a aprovechar el calor que le daban sus otros hermanos hasta que se agotara completamente. Su corazón cada vez se helaba más y lo único que hacía era gritar con más fuerza para que su madre viniera a su encuentro, para que les diera calor y los rescatara de aquel hedor y aquel asfixiante contenedor. 
Pero no fue así. La oscuridad ya no era sólo aquella que sus ojos cerrados le impedían ver sino que su corazón, su cuerpo, su piel y su voz se volvían cada vez más oscuras, frías y ausentes, porque sin duda, sabía y sentía que aquel no era el lugar en el que debería estar. Cuando cada vez sus gritos eran mas ahogados y su cuerpo más se enfriaba, sucedió un milagro. 


Sólo oyó cómo alguien abrió la tapa… una voz,… dos voces, diferentes a la suya pero por lo menos voces que desprendían calor, algo que desde hacia varias horas había perdido de manera irreversible. Lo cogieron, lo sacaron y sólo sabía que tenia que seguir gritando, pidiendo auxilio para que le dieran calor y lo alimentaran y para suplicar que por favor no lo volvieran a llevar a un sitio como aquel. 


Afortunadamente, a pesar de su probable desconfianza, a partir de ese momento las cosas que sucedieron no tenían nada que ver con aquel oscuro lugar. Las voces que escuchaba no tenían que ver con aquellas voces gélidas y vacías que había escuchado nada más nacer y que habían decidido llevarlo a aquel lugar. Empezaron a darle calor y comida, pero lo más importante, empezaron a darle amor, todo el amor que se merecía una criatura que acababa de llegar al mundo sin haberlo decidido él y que en lo poco que llevaba de vida había conocido ya el odio, la desesperación, la maldad y el egoísmo de esos “seres” que se creían superiores y que por ende, se creían con total derecho a decidir por él el tipo de vida que le esperaba, o mejor dicho, el tiempo de vida que le esperaba hasta acabar aplastado por una máquina como un residuo más, como la basura que ellos consideraban que era.


Y ahí se produjo el verdadero despertar de Coco.                                                                                                        

De la otra historia no se conocen tantos detalles pero sí se sabe que lo primero que olió y escuchó fue la calle, que donde primero pisó fue en el asfalto y que su pequeño corazón no estaba preparado para todo aquel ambiente ruidoso y peligroso en el que parecía que debía pasar el resto de su vida. 


Como referente tuvo a su padre, su madre probablemente no haya podido sobrevivir a aquella jungla de motores. Con su padre aprendió a alimentarse de lo que encontraba en la calle o de lo que amablemente le daban en algunas casas y con él disfrutó del calor de la familia durante una buena temporada. El mejor día de su vida fue cuando su padre le descubrió aquel lugar. Un lugar donde siempre les dejaban alimento para superar sus duros recorridos y reponer las pocas fuerzas que la calle les dejaba. 


Tenía mucho miedo, no sabía de qué serían capaces aquellos seres y aunque estaba enormemente agradecido por darle alimento, su padre le había enseñado que no se podía fiar de nadie que perteneciese a esa especie porque a pesar de parecer todos iguales, habían muchas diferencias entre ellos y te podías topar con uno que te quisiera dar calor y amor como con otro que te utilizara como juguete con el que divertirse o blanco cual piñata para golpearte con palos hasta que la vida no pudiera acompañarte más. Aún así encontró ese lugar increíble y ya supo que no se quería ir más de allí. Le habían dejado una especie de lona en lo alto de un muro, respetando así su desconfianza pero a la vez proporcionándole el cobijo que tanto necesitaba, y decidió aprovecharse de ello, estando siempre alerta y huyendo ante cualquier movimiento sospechoso por parte de aquellos seres, pero refugiándose del frío y la noche en aquel rincón. Su padre, como no podía ser de otra manera, lo acompañaba en sus largas tardes de retiro pero aún sentía la necesidad de experimentar en aquella jungla y de descubrir lugares nuevos y diferentes por si algún día dejaban de recibir aquellas comodidades de esa familia. 


Desafortunadamente un día no volvió más y su pequeño se quedó solo en aquella lona que se hacía cada vez más grande para el y en un mundo que se le caía encima cada vez que imaginaba que su única salida estaba en aquel lugar y en aquella casa y que ya nunca más tendría a su padre para asumir los riesgos por él o para aprender cómo debía comportarse. 


Sin embargo, el desenlace de esta historia también tiene un final feliz. Esa misma familia que decidió irse ganando su confianza progresivamente y aceptando los límites que éste les ponía, consiguió que se adentrase en su hogar y a partir de ahí Lupo supo que no le hacía falta buscar más sitios en los que refugiarse, porque le habían dado el mejor refugio que se puede tener, un refugio en el corazón de una familia. 

Y a partir de ahí fue cuando Lupo descubrió lo que es un verdadero hogar.


Y aunque cada uno fue creciendo por separado, un día se encontraron y ya sabían que se harían inseparables, que aquellas personas que le habían dado la oportunidad de vivir se convertirían en su familia y que nunca más les pasaría nada, porque ya no sentían frío ni oscuridad sino felicidad y amor por poder compartir momentos juntos y por contar con cuatro personas que se habían dispuesto a cuidarlos y a amarlos como se merecían y que en ningún momento les habían demostrado que eran esos desechos que una vez sintieron que eran porque otros así se lo demostraron.

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1 comentarios

Elena octubre 15, 2019 - 9:32 pm

Me ha emocionado leer el relato de Lupo y Coco.

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