Para mi yo del pasado…
El eco de sus risas mientras aceleraba el paso creyendo ingenuamente que cuánto más me alejaba, más reduciría el efecto devastador que provocaban en mí.
Las miradas que sentía cómo alfileres clavándose en la piel, a pesar de que era incapaz de levantar la cabeza y desafiarlas, enfrentarme a ellas, porque era muy difícil reaccionar ante el sentimiento de odio y desprecio que alimentaban y dirigían esos ojos helados.
Las burlas, el asecho, la búsqueda de la oportunidad, la humillación, el desprecio. Siempre eran monstruos oscuros que me acompañaban mientras caminaba por los pasillos de aquel lugar que jamás encerró momentos idílicos en mi recuerdo.
Y así, poco a poco, me fui volviendo invisible para ver si eran capaces de verme menos, de fijarse menos, de centrarse menos. Y fue funcionando, aunque ahora me doy cuenta, que les sirvió más a ellos que a mi. Porque para mí fue un refugio, una manera de esconderme y de ser feliz con lo que tenía en aquel momento. De orientar mi vida a conseguir un objetivo y a mi familia, olvidándome de esos pequeños golpes que día a día recibía sin que existiera un indicio de que pararían en algún momento.
Y poco a poco, esa invisibilidad me permitió volverme inmune a esos ataques que provocaban pequeñas heridas en mi ser. Esas que duelen mucho más que las físicas, las que dejan la más fea de las cicatrices aunque no se pueda ver. Y esa inmunidad consiguió que no me rindiera a esos daños, que no me arrastraran con ellos hasta convertirme en alguien que no estaba dispuesta a ser.
Y conseguí inmunizarme, volverme invisible a pesar de que hasta el último momento se mantuvo, no paró. Y hoy en día me doy cuenta que esa invisibilidad enterró una parte de mi personalidad que aunque día a día lucha por salir, la altura del agujero en la que quedó sumida es muy profunda para conseguir ver la luz después de tantos años.
Y así, pienso y sé que hace tiempo dejé de sentirme invisible, pero todavía hoy soy capaz de ver que han quedado huellas inevitables en mi vida, en mi misma y en mi autoestima que por muchas lunas y dragones que utilice para afrontarlos, no han podido ser borradas porque fueron muchos años, tiempo y daño dedicados a dejarlas marcadas, no en la piel pero si en mi corazón.
Porque no todos nacemos con un dragón dentro que somos capaces de sacar para escupir fuego cuando alguien está directamente atacándonos. Porque solo un invisible entiende lo duro que es pasar desapercibido ante los mil ojos que día a día te miran sin ver y te juzgan sin saber.
Como bien indica Eloy Moreno, en la misma novela que lleva este nombre, lo peor no son los golpes físicos o emocionales. Es el vacío, el no sentirte parte, el desprecio y rechazo, y el que parezca que sólo tú eres capaz de verlo y sentirlo. Eso, el convencerte de que eres invisible o llegar a creerte que de verdad tienes un defecto porque es imposible que alguien, ni siquiera una persona sea capaz de verte.
Y por eso es tan importante que empecemos a hacerlo visible, que todos lo vean y entiendan que no solo es el que lo hace sino el se queda mirando mientras cada vez más, lentamente, va haciéndose más pequeña y desapareciendo ante él la otra persona que ha elegido como verdugo por diversión.
Hace tiempo que deje de sentirme invisible, pero a día de hoy sigo luchando para que mi voz suene más alta que el miedo cuando los ecos del pasado vuelven a invadir mi mente.