Recordar etimológicamente se forma de las palabras “re” y “cordis” en latín que significan “de nuevo” y “corazón“.
No se me ocurre origen semántico más bonito que este para una palabra que abarca tanto.
Los recuerdos son emociones, son olores, son sensaciones.
Los recuerdos activan tu ser, erizan tu piel y te transportan al preciso momento en que se produjeron por primera vez.
Recordar es volver a vivir, volver a sentir. Volver. Al pasado, atrás.
No son imágenes ni hechos que acumulamos simplemente en nuestra memoria, como la dirección de nuestra casa o el teléfono de tus padres. Son vivencias.
Vivencias que ponen a funcionar de nuevo todos tus sentidos cuando vuelves a ver esa foto, a recordar aquellos reencuentros, las buenas y malas decisiones, las primeras veces, las despedidas para siempre y aquellos momentos tan difíciles que te robaron una parte de tu alma.
Recordar es ver esa película. Tu película, tu historia. Siendo espectador y protagonista a la vez. Por eso, recordar significa volver a pasar por el corazón. Porque los recuerdos se quedan grabados en él para siempre.
Porque no hay recuerdo sin sonrisas, sin lágrimas, sin alegría o sin dolor.
Porque no hay recuerdo lógico y racional sin que exista al menos una emoción.
Y por eso, es tan bonito recordar. Compartir recuerdos y volver a vivir esos momentos por segunda, tercera o infinita vez.
Y aunque un día la memoria se convierta en nuestro peor enemigo, siempre nos quedará el grabado de cada recuerdo en nuestro corazón para hacernos sentir de nuevo hoy aquello que vivimos tan intensamente ayer.