Piensa. Escúchate. Conecta contigo misma.
Date un segundo para oír todos aquellos recuerdos que pasan por tu mente, las canciones que te hacen sentir, los momentos que te hacen brillar, y aquellos que hacen que tus ojos se llenen de lágrimas.
Date un momento. Para. Sal de la rutina, del hacer, del tener. Y pasa al ser, al querer.
Siente aquello que llevas tiempo queriendo decirte. Escucha aquello que no te atreves a poner en voz alta.
Háblate, aunque no respondas. Deja libre a tu mente sin condiciones.
Para que viaje, para que sueñe, para que se nutra de esas emociones que la racionalidad neutraliza en nuestro día a día, para poder avanzar.
Dedícate ese momento al día.
Donde solo seas tú, donde no haya nada que te obligue a, donde te dejes llevar sin miedo a que muchas veces roces oscuridad o a que descubras aquello que llevas mucho tiempo pidiéndote, sin saberlo.
Porque así te limpiarás, te desahogaras, te sentirás en calma como después de esa ducha caliente en una noche fría.
Y sobre todo, porque estarás siendo tú, libre, sin hacer nada pero a la vez haciendo lo que tu mente y tu cuerpo realmente necesitan a diario.
Tu atención. Escúchate, piensa, fluye, céntrate únicamente en ti.