¿Nunca se han planteado que las experiencias de la vida son como el mar?
La clave está en ver la cantidad de modalidades diferentes que éste manifiesta o su imprevisibilidad, para poderla comparar con los diferentes momentos que nos regala la vida.
Se podría decir que el mar en calma representa a la tranquilidad, cuando nos sentimos bien, felices o por lo menos relajados, es decir, cuando estamos en un momento que nos proporciona bienestar. Pero hablo del mar en calma cuando nos encontramos en mar abierto, en el que de repente pueden cambiar las cosas, pueden venir corrientes u olas que desequilibren un poco nuestra estabilidad.
El mar completamente tranquilo, con diques que han forzado que se encuentre en ese estado natural, sería comparable al aburrimiento y la vida monótona en el sentido de que nos encontraríamos atrapados en un círculo en el que no hay variación, no hay momentos impredecibles, y aunque nos sirva para “descansar” un rato, terminamos por quedarnos con el deseo de querer saltar al otro lado, a donde el mar sigue siendo el mar y en donde no nos encontramos limitados, sino libres a nuevas experiencias.

Las olas del mar representarían aquellos momentos más difíciles que nos hemos encontrado en nuestro camino, y con a los que podemos dejar que nos “pasen por encima”, sin que nos lleguen a afectar significativamente, haciéndonos perder nuestra estabilidad, sino sabiendo cómo afrontarlos, buscando recursos para enfrentarse a ellos e incluso, sacando una sonrisa de satisfacción cuando los hemos superado y vemos que a lo lejos se van desvaneciendo en la orilla, gracias a nuestro esfuerzo o gracias al curso natural del tiempo. También, podemos llevarnos un “revolcón” en el que perdamos la estabilidad y salgamos a la superficie confusos, sin saber que hacer, ni dónde estamos ni qué hemos hecho mal. Estos serían los momentos que más nos han costado superar y que nos han dejado huella, aunque luego, tras seguirnos enfrentando a ellos, hayamos sabido cómo superarlos.
Lo que hay debajo del mar aludiría a todos aquellos recursos, capacidades, habilidades y características que poseemos y que podemos bajar a buscar siempre que queramos cuando seamos capaces de ver que las tenemos y que las podemos utilizar.
Los barcos, serían aquellas personas que han pasado por nosotros y que han seguido su camino, o han decidido quedarse con nosotros, enfrentándose con nosotros dentro del mar o esperándonos en la arena.
El pasar de la arena al agua, sería el momento en que decidimos arriesgarnos y empezar un proyecto nuevo, en el que no sabemos cómo irá, si habrá olas que nos dificulten mucho nuestra meta o si llegaremos sin mucha dificultad disfrutando de las sensaciones refrescantes. Y a su vez, el salir del agua a la arena, representaría el final en el que ya hemos conseguido lo que queríamos o en el que necesitemos descansar tras una dura batalla.
Quedarnos ahí, admirando la inmensidad del mar, de nuestra vida, recordando con tranquilidad los momentos que se nos pegan al cuerpo en forma de granos de arena y que pueden ser difíciles de quitar, a no ser que se mezclen con el agua del mar, que entonces vuelven a su recinto, a la memoria en la que siempre se quedarán almacenados…o no.
Así, la arena sería el lugar desde donde podemos analizar todo con claridad, sin que nos interfieran momentos duros o alegres, en el que podamos ver las emociones y los recuerdos desde lejos….y a la vez, desde muy cerca.

Y así estamos siempre, solos ante la inmensidad de momentos y de recuerdos, de capítulos que nos ha dejado nuestra vida y que nos regala cada vez que decidimos volver a refrescarnos con agua nueva, con experiencias que aún quedan por llegar, pero sobre todo, que nunca se acabarán (a no ser que nos limitemos con un dique).
Son los momentos de nuestra vida en gotas, que reunidos, forman transformados en recuerdos o experiencias la inmensidad del mar, la grandeza de nuestro camino.